A todos nos interesa lo que comemos. Es lo que se define como soberanía alimentaria, es decir, a grandes rasgos tener la certeza de que comemos productos frescos y no modificados geneticamente. ¿De dónde provienen, cómo se han cultivado y que manipulaciones han sufrido los alimentos hasta que llegan a nosotros?. Cada vez comprobamos mejor lo sensato que es comer verduras de temporada y cultivadas en las cercanías, y no las traídas desde el otro lado del mundo y con un coste ecológico inaceptable. Una respuesta real a esta inquietud consiste en cultivar nuestros propios alimentos o bien adquirir verduras de temporada a los productores locales de nuestra región.
Por otro lado si queremos ser conscientes de lo que comemos, es recomendable evitar los fertilizantes y los pesticidas artificiales. En este caso podemos hacer uso de fermentados de plantas como preventivos, paliativos, abono foliar y abono reticular (ortiga, helecho, cola de caballo, consuelda,…). Podemos hacer uso del maravilloso compost para fertilizar la tierra. El compost es realizado con materia orgánica biodegradable tales como restos de cocina, restos de poda, restos de cosechas, paja, hojas, gallinaza,… Otra forma de aumentar la fertilidad del terreno es mediante la asociación de cultivos como por ejemplo la asociación precolombina (maíz, habas, calabaza) y la rotación de cultivos.
Quienes cultivan por si mismos, tienen acceso a una variedad más rica de verduras y hierbas aromáticas que la que ofrece el supermercado mejor abastecido. Y si tenemos la inquietud de ingresar en una red de intercambio de semillas, descubrimos cantidad de semillas que no se venden en los comercios.
Saborear alimentos cultivados por nosotros mismos o bien alimentos de cercanía además de proporcionar una extraordinaria satisfacción, garantiza el llevar a la mesa verduras recién recogidas que tienen un alto contenido en vitaminas y minerales naturales que las dotan de un auténtico sabor.